lunes, 10 de junio de 2013

Bajo el manto de cristales de bohemia

Llevo ya demasiado sin ser.
Recuerdo hace escasos años, llorando por esta por aquella.
Figuradamente, claro está. Los hombres no lloramos, pateamos mobiliario público.

Mi vida despertó ocho horas más tarde que yo, y salí disparado a devorarla en cuanto pude.
Sexo, drogas, sonrisas y calles distorsionándose mientras follaban el alcohol en mis venas y la música de fondo de cualquier fiesta mayor, en cualquier barrio de Barcelona.
Lejos quedaba todo lo que soñaba, pues estaba camino a las estrellas que todos querían tocar.... yo, en cambio quería alcanzarlas para quedarme a vivir sin ser una más, sino la más brillante.
Lejos quedaban mis sueños, porque comenzaban a materializarse.

Desde que opté por arrancarme el corazón y enterrarlo en mitad del bosque, desde me miraron con lástima aquellos luceros verdes en un ocaso previo al verano de la metamorfosis, desde que se activo aquella oscura secuencia genética que tan latente dormía, fruto de aquello.
Desde entonces mi espalda se tornó erguida y mi cabeza se elevó sobre los hombros de las sombras que me miraban desde las alturas, para descubrir su naturaleza de liliputienses.
"Entonces no me bastaba con ser una sola persona, decidí ser todo el mundo.... decidí ser un Genio" dijo dijo Rimbaud.
Y sí, todo se tornó a mi favor.
Inspiración inagotable y musas en potencia aquí y allá.
Y he de reconocer que las amaba a todas y cada una, de una forma individual y personalizada. Desde aquellas que con un simple abrazo, solo con el roce con su piel y su aroma, solo con la suavidad de su aliento.... solo con su presencia te curaban todos los males; también aquellas con las que no podías ponerte serio porque sus sonrisas, sus carcajadas, ese sonido que emitían sus labios te hacían olvidar el significado de la palabra "seriedad" (y lo reconozco, también la palabra misma) y no podías más que gozar de una sensación de alegría tan fuerte que sólo podías desear que la noche fuese eterna.
Y aquellas arpías, aquellas descaradas y maleducadas brujas que serian capaces de hacerte trizas, de dañarte hasta conseguir tu más pura furia sólo para experimentar ese placer masoquista que sólo comprenden ellas al verte agresivo y enfadado y tan fuertemente parecen sentirlo que toda su coraza de arpía se rompe contra el suelo para  volverse blandas y serviciales, entonces se arrodillaban ante ti y te confundian. En esos momento levantaban la vista te miraban a los ojos con una pupilas inmensas y te decían aquello de "seré una enferma, pero esto es lo que me pone".

Y los amigos, todos ellos.... tus camaradas en el campo de batalla nocturno, tus rivales a la vez que tus celadores entre farolas ocre y cataratas de neón.
Pañuelos para las lágrimas del fracaso, dispensadores de Prozac.

Pero hubo un Stop en todo esto.
Y la gran mayoría de las hadas, brillantes u oscuras, se esfumaron.... unas por incomprensión, otras por esa detestable costumbre femenina de no sentirse a la altura o dignas.
Y los camaradas también, olieron una hembra en celo y se agarraron cual garrapata, o bien se permitieron el lujo de no seguir en contacto pese a tus intentos.

Afortunadamente, algunas se quedaron a mi vera.... prometiendo que "me largaré el día que te entienda totalmente, que es nunca" con esa sonrisa picara pero dulce y cómplice que solo ellas saben ejecutar.
Y ellos, no se fueron todos.... los que se quedaron se dividieron en dos: por un lado los "hermanos", nunca he sido un negrata "del barrio" pero éste tipo de amigos te hacen entender lo que quiere decir llamar a alguien "hermano"; y los "invisibles", aquellos que nunca se fueron, sólo estaban escondidos. Y aparecen por arte de magia justo cuando los necesitas, justo cuando los añoras.




Sí, no estoy desde luego sólo pero desde luego la vida ya no es esa marea de emociones y personas que era antes.
Y sí, he de decir que en estos momentos, justo a la orilla del verano y bajo este inmenso negro manto con brillantísimos añicos de cristal incrustados me encuentro respirando la brisa fresca de la noche, y perdido en su infinitud añoro aquella marea, aquella vida que se detuvo sin previo aviso.
Reconozco que ahora sólo me apetece sentarme a pensar, a recuperarme, y a sentirme capaz de volver.
Pero necesito que el mundo se detenga mientras descanso.
Llevo una temporada sentado en mi sillón, viendo como la vida pasa cada vez más rápido ante mis ojos y sólo quiero que se detenga para volver a subir a su lomo, pero lejos de satisfacerme como antaño, no hace más que aumentar su velocidad.

Temo estar convirtiéndome en uno de esa plaga de monigotes de facciones grises que infestan las calles del mundo, yo no quiero ser un adulto.
Yo no le he pedido a ningún Dios que me haga madurar, no ¿porqué ha de pasarme ésto?

Ojalá fumara, porque el cuadro que represento aquí sentado y mirando el cielo sólo lo completaría un cigarro que me hiciera escupir humo al firmamento, en señal de protesta.