martes, 23 de diciembre de 2014

Huid y no volvais

Está bien, no te ataré.

Huye con tu lozano jinete sin camisa, atravesad los prados y llenad los pulmones con su aire, acampad en los bosques y vivid de la caricia de la naturaleza, hidrataos con su agua.... vivid felices.
Pero lejos de mi castillo.

Vivid vuestro amor lejos de mi, mientras yo inundo los aposentos con el vapor de mi pesar, mientras humedezco el cemento con mis lágrimas.
Mientras el techo se cae sobre mi y las paredes me sepultan.

Bailad juntos, con los pajarillos y los ciervos, mientras mi hogar, antes radiante de luz, se convierte en las ruinas del pesar. Mientras las nubes negras se instalan en mi cielo y se convierten los vestigios de mi imperio en nidos de la oscuridad donde ni los cuervos ni los más negros lobos solitarios se atreven a aventurarse.

Invitad a festines a la sombra de vuestras extensas arboledas y a tragos vigorizadores de los claros que en ellas se encuentran a los viajantes.
Los mismos viajantes que, en cuanto pasen cerca de los fastuosos residuos de mi fortaleza, donde el único verde es el de la hiedra que la abraza, desaparecerán por siempre, absorbidos por cosas que no les darán siquiera la oportunidad de gritar.

Huid, huid de aquí sin mirar atrás.
O mi mano os agarrará y os arrastrará al abismo que brotará ahora.
Y ya no habrá más amor que el que genera un alma rota bañada en azufre. Ya no habrá más que crueldad y eternidad, bailando sobre vosotros.